domingo, 6 de abril de 2014

mariposas en los libros


          Literatura y mariposas da como resultado Nabokov porque el genio ruso era una especie de lepidopterista que, de vez en cuando, escribía. Como Delibes cuando decía que era un cazador que escribía libros. Pues lo mismo. Todo lo de Nabokov suena aristocrático y lejano en el tiempo: el niño con pantalones cortos y sombrerito que en las tardes de verano sale, con su red al hombro, a cazar mariposas a los bosques cercanos y luego las diseca, estudia y dibuja en un salón de techos altos, chimenea y lámparas de cristal. Uno de los capítulos de sus memorias está dedicado, por completo, a las mariposas porque se aficionó a ellas a los siete años cuando vio, en una madreselva, “a una espléndida criatura con su pequeño cuerpo empolvado de color amarillo pálido con manchas negras que sacudía incansablemente sus grandes alas”.

            Sin embargo, hay otras mariposas mucho más literarias, de hecho son las más evocadoras de entre todas las mariposas de los libros: las amarillas que precedían la llegada de Mauricio Babilonia, el amante de Meme Buendía. Debían ser poco más que polillas, y, a lo mejor agobiantes, pero, en cualquier caso, absolutamente inolvidables, puros personajes literarios. Conozco pocos poemas  dedicados a las mariposas, éste de Machado tiene unos versos pensando, cómo no, en las mariposas humildes de la sierra, las que no tienen nada de voluptuosas y ni de espectaculares pero que son imprescindibles en la apoteosis de la primavera:

anaranjada y negra,
morenita y dorada,
mariposa montés, sobre el romero
plegadas las alillas, o voltarias,
jugando con el sol o sobre un rayo
de sol crucificadas…..


            Como son animalitos mágicos, cuando me regalaron algunas en pegatinas no lo dudé. Ahí están, en algunos momentos muy especiales de mis libros, donde seguro que si hubiera sido capaz de alzar la vista las habría visto: juguetonas y nerviosas, con su continuo temblor de alas y su tintineo que, aunque no lo oigamos, seguro tienen.


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