Literatura
y mariposas da como resultado Nabokov porque el genio ruso era una especie de
lepidopterista que, de vez en cuando, escribía. Como Delibes cuando decía que
era un cazador que escribía libros. Pues lo mismo. Todo lo de Nabokov suena aristocrático y lejano en el tiempo: el niño con pantalones
cortos y sombrerito que en las tardes de verano sale, con su red al hombro, a
cazar mariposas a los bosques cercanos y luego las diseca, estudia y dibuja en un salón de techos altos, chimenea y lámparas de cristal. Uno
de los capítulos de sus memorias está dedicado, por completo, a las mariposas
porque se aficionó a ellas a los siete años cuando vio, en una madreselva, “a una
espléndida criatura con su pequeño cuerpo empolvado de color amarillo pálido
con manchas negras que sacudía incansablemente sus grandes alas”.
Sin
embargo, hay otras mariposas mucho más literarias, de hecho son las más
evocadoras de entre todas las mariposas de los libros: las amarillas que
precedían la llegada de Mauricio Babilonia, el amante de Meme Buendía. Debían
ser poco más que polillas, y, a lo mejor agobiantes, pero, en cualquier caso,
absolutamente inolvidables, puros personajes literarios. Conozco pocos poemas dedicados a las mariposas, éste de
Machado tiene unos versos pensando, cómo no, en las mariposas humildes de la
sierra, las que no tienen nada de voluptuosas y ni de espectaculares pero que
son imprescindibles en la apoteosis de la primavera:
anaranjada y negra,
morenita y dorada,
mariposa montés, sobre el romero
plegadas las alillas, o voltarias,
jugando con el sol o sobre un rayo
de sol crucificadas…..
Como
son animalitos mágicos, cuando me regalaron algunas en pegatinas no lo dudé. Ahí
están, en algunos momentos muy especiales de mis libros, donde seguro que si hubiera sido
capaz de alzar la vista las habría visto: juguetonas y nerviosas, con su continuo temblor de alas y su tintineo que, aunque no lo oigamos, seguro tienen.
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